sábado, 14 de febrero de 2015



Estación Juárez es una puesta en escena de 2011 sobre un texto especifico para el montaje, pero dio para más, y generó otros textos, como este, que contiene muchos de las líneas que no pudieron estar en la puesta en escena.


Errando

Paráfrasis textual de Estación Juárez

Teófilo Guerrero


Hay un vaso sin vaso, una idea desprovista de voz que me mira desde mi...

¿Qué es eso que no reconozco, eso que camina sobre sí, sin caminar? Errando, errando...

El polvo que sale de su aliento me asusta con su luminiscencia árida, entonces ardo en mi nombre celebrando el humo que canta hacia la calle.

Guadalajara es un accidente verbal que se cree sustantivo, una oración sin dios.

Fluyo, del sol líquido de la plaza de armas, a la fugacidad del cielo.

Transbordo el humo, abordo el sueño algodonoso de las banquetas, me siembro en la existencia de éstas, y sucedo aleatoria en las espinas del mundo con el aleteo viscoso de la mirada que no alcanzo a reconocer de quién es...

Ubicua, desgranada en pasos persigo mi sombra tras las antenas abatidas por el sol en la banqueta... soy apenas un susurro del tiempo, una mirada del viento rasante, furiosa en su infinita sed... y en mi limbo no acostumbra llover.

Una manada de ojos me ataca lo vestido y lo desnudo, zumban las miradas, zumban como garras de agua hirviendo... huyo al hocico de la bestia para masticarme en paz.

Allá enfrente, la Estación Juárez del tren subterráneo es un remolino de voces, una trampa de incógnitas... pero voy, la otra opción es la luna de cartón oculta entre mis sienes.

Voy errando, errando hacia donde no me llevan, me llevo, sin llevarme. Voy a sembrarme en el tiempo para cosecharme en el espacio.

Entro al tren, y dejo estancados los ojos en una mirada que ya no es, que no se alcanza. La distancia en fuga corre tras de si: los lugares son animales sin piel, bestias de humo transparente que soportan ser montadas, pero que muerden al primer atisbo de eternidad. Los veo correr tras la distancia, revolcarse en su segundo anterior matando al siguiente antes de que nazca.

¡Qué rumor de alfileres me susurra al vientre! Paso de sombras luminosas atropellando el alma.

Guadalajara es una trampa de lobos, arranca los pies, pero deja los pasos.

Hay que irse

Hay que irse.

Ya.



Hay que ahogarse en vértigo, fijar la realidad con saliva, y llevar el cuerpo al suspiro del éter... en el que el rostro tendrá un jardín de rosas, hilos de agua que forman alas de pájaro en los dorsales de una mujer que canta destellos de cristal en el techo de una laguna rota... de la que escapa el grito crónico del mundo.

Echo la mirada en un silencio que dura infinitas astillas con principios y finales que no duran.

Luego... sin casi imaginarlo, estoy del otro lado del irse, en la consecuencia del paso, y  antes de pensarlo: la noche tiene otro aliento, sabe a sal dulce, a noche, a otredad, la luna sonríe de lado, el viento silba pájaros... esto no es normal... Mesero, hay una Barcelona en mí café.

Balbuceo mis pasos hasta deletrear ramblas, soy más turista del alma que de la plaza siguiente, por alguna razón mi piel se quedó sentada en otro tiempo.

Errando acierto a caminar hasta un lugar que no soy yo, hasta perderme cuando me encuentro.

Entonces, y sólo entonces, veo un par de pies arrastrando un cuerpo hasta un verbo anómalo, pero amable, pero cálido, pero profundo...

Hay un cuerpo frente a mí. Hay una mirada de lejos. Hay una yo, frente a ella, que es mí también, pero no soy ninguna.

Nadie es yo, y yo soy todas.



La Estación del subterráneo es la antesala del infierno individual, cuando el ruido te obliga a estar contigo. Y yo vengo de ahí.


Me voy, no quiero seguir errando. Que alguien me traiga una manzana, quiero jugar a Blanca Nieves.


*Fotografía: Michelle Zurita


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